La cosa, después de volar con Air Berlin desde Fráncfort y llegar con adelanto (¡!) empezó con una barbacoa, bajo una lluvia intermitente, en las pistas del antiguo aeropuerto de Tempelhof. Este aeropuerto se cerró el año pasado y fue protagonista del puente aéreo que los aliados organizaron tras la Segunda Guerra Mundial para proveer de comida y suministros a Berlín Oeste ante el bloqueo soviético de las comunicaciones por carretera. Vamos, que el sitio en cuestión tiene algo de historia a sus espaldas. La idea de dejar sus pistas como parque me parece genial y un ejemplo de cómo no ceder ante la especulación inmobiliaria.

Y hoy por la mañana he decidido darme un paseo por el centro de la ciudad. Ya conocía Berlín de una anterior visita, que hice con los compañeros de la Escuela de Idiomas bajo el granizo y la lluvia. Ciertamente hoy he disfrutado mucho más de la ciudad que entonces. Me ha encantado todo: la Gendermenmarkt con sus dos iglesias gemelas, el Nikolaiviertel, la isla de los museos, la torre de televisión de Alexanderplatz, el parlamento alemán, la puerta de Brandeburgo,... La verdad es que la lluvia deslució la anterior visita y ahora me he quedado con ganas de volver y verlo todo con más detenimiento.


También he constatado cómo el gobierno alemán sigue enterrando dinero en mejorar la imagen de Berlín. La nueva estación de trenes es el último ejemplo, como pone de manifiesto la foto de abajo. Esta estación no tiene por el momento la fauna peculiar de la de Fráncfort. Hoy mientras esperaba al tranvía, he podido ver a varios yonquis, vagabundos y borrachos desperdigados por allí, personajes todos ellos por los que siento un gran desprecio.

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