En primer lugar, cuando estamos en el metro o en tren y queremos entrar, apenas dejamos salir a los pasajeros que quieren abandonar el vagón; cuando el vagón no se va a ir a ninguna parte a corto plazo (un minuto más o menos) y hay tiempo de sobra. Asimismo, en estos casos, las más mínimas normas de urbanidad se olvidan, de manera que no se cede el asiento ni al Papa de Roma (con perdón), se pierde la capacidad de habla y nos comunicamos mediante gruñidos, esperar cinco minutos nos parece el fin de los tiempos,...

Cuando viajamos en avión, se produce un hecho curioso, que yo mismo sufro pero que no puedo evitar. Mientras el avión se está enganchando a las puertas móviles (no soy capaz de usar el nombre exacto porque desconozco la palabra técnica), todos tendemos a levantarnos y coger nuestras cosas, agolpándonos en los pasillos y sometiendo a nuestro cuello a difíciles posturas. ¿Por qué? Si las puertas están cerradas igual. La verdad es que siempre que viajo en avión hago propósito de comportarme más racionalmente en este sentido, pero por ahora no he coleccionado sino fracasos.
En fin, por mi parte y pese a la poca paciencia que tengo, he hecho propósito de enmendar estos comportamientos, que dejan en mal lugar la supuesta racionalidad humana (ya de por sí bastante cuestionada).