El Comité Olímpico Internacional demostró lo que pondera a la hora de otorgar unos Juegos Olímpicos a una ciudad ya en 1996, cuando Atlanta, sede de la Coca-Cola y de la CNN, fue elegida en detrimento de Atenas, entre otras. Aquellos Juegos Olímpicos no dejaron muy buen recuerdo por su desarrollo, y además pusieron de manifiesto lo poco que queda del espíritu olímpico tal y como lo concibió el Barón de Coubertain hace poco más de un siglo.
Con estos antecedentes, no sorprendió en exceso la concesión de los Juegos Olímpicos de 2008 a uno de los países que encabezan la lista de violaciones de los Derechos Humanos, como bien saben en el Tíbet, por poner el ejemplo más mediático. Pero al mismo tiempo, se concedieron los Juegos Olímpicos a un mercado de 1200 millones de consumidores ávidos de incorporarse al delirio consumista del mundo occidental. Para prevenir posibles protestas y en aras de una neutralidad política mal entendida, desde el propio Comité Olímpico Internacional se prohibieron todo tipo de manifestaciones políticas en Pekín.
El reciente accidente aéreo en Madrid nos ha dado otra muestra de lo que importa a los voluminosos estómagos de los miembros del Comité Olímpico Internacional, prohibiendo a los atletas españoles portar brazaletes negros de luto. La razón dada es que esa es una manifestación política, lo que evidencia o bien la poca vergüenza de esta gente o bien ciertos problemas cognitivos, pues son incapaces de diferenciar una manifestación política de una manifestación de luto. Es sencillamente vergonzoso y nauseabundo; actitudes como estas provocan ganas de vomitar sin parar.
Sin embargo, entiendo en cierto modo la postura del Comité Olímpico Internacional. Su situación es tan extraordinaria y sus méritos tan escasos que intentan que nada cambie para seguir en la misma posición, por el máximo periodo de tiempo posible. Espero que el Barón de Coubertain no sea consciente de la degeneración en que ha caído su ideal olímpico.
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