El uso del teléfono móvil ha cambiado nuestros hábitos de vida de una forma extraordinaria en pocos años. En un principio, el teléfono se utilizaba para llamar a un lugar, una casa o una empresa; mientras que en la actualidad, con la telefonía móvil se llama a una persona, sin importar donde esté. Este desarrollo de la comunicación ha traído consigo también que todos seamos testigos involuntarios y desinteresados de conversaciones de terceros; banales, la mayoría, bochornosas, otras. En los últimos años he asistido a varias de estas conversaciones.
Las más bochornosas tienen que como protagonista a los noviazgos. Desde la sucesión incontrolada de frases pastelosas, que causarían bochorno al mismísimo Cervantes y a cualquier cantante heavy que se precie, hasta, las por qué no decirlo, más divertidas discusiones vía móvil. En estas últimas, es difícil no tomar parte por uno de los dos, aunque si la conversación se extiende, siempre se acaba entendiendo el por qué de la situación y acabo tentado de coger el teléfono y aclarar las cosas de una vez por todas.
También he sido testigo de conversaciones imposibles, tratando de encontrarse con otra persona, aunque dando una serie de indicaciones, que salvo que se tenga una capacidad de orientación animal, son poco ilustrativas. Otras tratan de justificar un retraso, culpando al tráfico o a cualquier otro imponderable.
Luego tenemos las llamadas intrascendentes, hechas a la mujer, a la novia, al marido, al novio o similar, cuya realización no aporta nada positivo al mundo (esto es, que son prescindibles). No hay nada que contar, y la llamada transita entre banalidades climatológicas y en la búsqueda de algo interesante de la jornada laboral de cada cual. Mis preferidas, no obstante, son las llamadas que se hacen en un avión, milésimas de segundo después de aterrizar: no se puede esperar a que el avión se detenga (cinco minutos a lo sumo), no, es necesario informar de la posición exacta de cada cual, si es posible, a voces, para que además todo el pasaje se entere. Pero bueno, todo sea para que las empresas del sector incrementen sus ingresos.
Por último, no querría dejar pasar la ocasión sin referirme a los manos libres, ese invento que nos hace creer que una persona está hablando sola en medio de la calle. Pues no, tiene el cacharrito conectado y está hablando con otra persona, normalmente de negocios, sin importarle quien pueda escucharle. Esto sí que me parece ridículo, pues no entiendo qué necesidad hay de hacer las cosas así, sin sentarse en una mesa y, sobretodo, sin dar la impresión a los demás de tener una profunda gotera en la cabeza.
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