Vaya por delante que parece que ya he usado este título en alguna otra entrada de este blog. No soy consciente de ello, pero me estoy haciendo mayor y seguramente mi memoria me juegue pasadas de este tipo o incluso peores.
El título hace referencia a la necesidad de vivir y aprovechar cada momento al máximo, porque nuestra vida puede cambiar súbitamente de un momento a otro. He tenido en los últimos días ejemplos que me han recordado que solo se vive una vez (dejando reencarnaciones de lado, que se supone que nos borran la memoria en este proceso) y que todo lo que no hagamos en cada preciso instante quedará así: sin hacer. No habrá posibilidad de volver atrás, a cambiar el pasado (no, el coche de Regreso al futuro no existe). La postal que envié a mi abuela desde Londres, junto a otras muchas cosas, me enseñó esta lección.
Jen, si alguna vez he sido demasiado sincero o directo diciéndote cuánto te quiero, es porque, bueno, eres la persona interesada y quien debe saberlo antes que los demás. Si no te lo digo a ti, ¿a quién se lo digo? No quiero añadirte a mi lista de "cosas que nunca te dije" ni quiero quedarme con la sensación de no haber hecho todo lo posible por nosotros dos.
En fin, pues eso, a no guardarse nada dentro, a decir a la gente que nos importa cuánto nos importa (o al menos a demostrárselo, pero, a ser posible, evitando las cadenas de e-mails pastelosas, que aquí no quiero hacer apología de semejante pastelazo), que igual Dios (o quienquiera que esté al mando ahí arriba) nos tiene preparada una sorpresa no muy agradable a muy corto plazo. Carpe diem.
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