Lo primero que no me gusta es el precio de los hoteles. Siempre tengo la sensación de estar pagando de más, por un hotel que no merece tanto dinero. Luego hay que empezar a sumarle extras, con un desayuno básico que empieza a contar desde los 15 euros. Esta vez, eso sí, tenía un balcón en mi habitación del hotel, cerca de la Ópera (como se puede ver en la fotografía de abajo), pero la relación calidad / precio sigue sin ser la adecuada.

Y la mención a los taxis, me lleva al otro aspecto que me pone en tensión de París: el tráfico. Cada vez que cojo un taxi voy en verdadera tensión, por la forma de conducir de los taxistas, por lo estrechas que son las calles, por los atascos para ir y volver del aeropuerto Charles de Gaulle, porque te puede salir una moto o una bici por cualquier lado,... Es algo realmente de locos, nada que ver con Londres o con Madrid, de verdad. Y luego, claro, los taxis no son precisamente coches muy lujosos (como los Mercedes que mayoritariamente tenemos en Fráncfort). En este viaje, cogí tres taxis y fueron un Hyundai, un Peugeot y un Ford.
Entiendo que la ciudad en sí es preciosa y que se come y se vive muy bien en París, pero la dejo para visitas de placer. Los viajes de negocios me alteran mucho, la verdad.
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