Estos dos últimos días he sufrido el ataque de un virus estomacal que me ha dejado algo tocado. No sé si en Nochevieja involuntariamente desee perder peso en 2013, pero si es así, quiero anular inmediatamente mi deseo. Como siempre pasa en estos casos, cuando uno está en apuros, más aprecia lo que tiene en casa y más echa de menos las pequeñas cosas que hacen su vida más fácil. El post de hoy describe tres de estas pequeñas cosas, que me han llamado la atención en mis días de convalecencia.
En primer lugar, tengo que referirme a los precios de la carne "bio" en los supermercados. Ayer casi compro unas pechugas de pollo a 18 € el kilo. ¿Qué demonios tienen esos pollos para venderse a 18 € kilo? ¿Es que les alimentan con jamón de Jabugo y vino de Rioja? Lo malo es que no es algo único de los pollos, pasa muy a menudo: uno coge una bandeja de carne si hacer mucho caso al precio y en la caja se lleva una sorpresa... Un amigo mío pagó 30 € por unos filetes normales. El auge de los productos "bio" aquí es impresionante: doblan los precios de los productos normales y aún así venden. Luego cada seis o nueve meses, salta un escándalo por los piensos utilizados en estas granjas "bio", pero los alemanes parecen no hacer mucho caso a eso.
Alemania es el país de los zumos multivitaminas (sinónimo de azúcar a tutiplén), del agua embotellada de múltiples sabores (naranja, limón, fresa, melocotón, uva,...) y de las bebidas de la más variada condición y mezcla. Sin embargo, no tienen Aquarius (que cuando uno sufre del estómago, viene muy bien). De hecho, no tienen apenas bebidas isotónicas (por ejemplo, Gatorade) y la única que he podido encontrar, en una esquina del supermercado, tiene un sabor que deja bastante que desear. Seguramente, Aquarius no sea la bebida más sana del mundo, pero indudablemente gana a los zumos multivitaminas y al agua embotellada con sabor a fresa. Además, estando los alemanes tan preocupados por su salud (están haciendo deporte todo el día), no me explico cómo no se comercializa en estas tierras.
Finalmente, ya me he referido a ello, pero tengo que insistir en el ruido de las ambulancias. Ayer me eché una siesta por la tarde y me despertó el sonido de una ambulancia, que penetró durante más de medio minuto en mi salón. Era como si la tuviese debajo de la almohada. Me resulta totalmente increíble que, por un lado, en Alemania no se permita tirar vidrios al contenedor más tarde de las siete de la tarde para no molestar con el ruido a los vecinos, mientras que las ambulancias (por no hablar de los coches de bomberos) atruenan vecindarios enteros sin piedad. Supongo que todos los países, incluido España, tienen este tipo de contradicciones, pero aún así pediría a quien corresponda que bajen un poco el volumen de las sirenas, que los conductores se apartarán igual.
Lo importante, más allá de lo que echo de menos beber un poco de Aquarius, es que ya estoy recuperándome. A estas tres cosas, y a otras muchas, me ha dado tiempo a acostumbrarme en estos tres años, pero aún así hay veces que a uno le cuesta entender el modo de pensar alemán.
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