Hoy se han despedido dos compañeros de trabajo, que se van a trabajar a otro edificio, después de haber comido casi a diario conmigo durante casi seis años y no podían evitar estar al borde de las lágrimas. Esto me hace pensar sobre nuestras decisiones y todo lo que nos suponen, porque estos compañeros se van voluntariamente; en algún momento han decidido que lo mejor para ellos era un traslado de edificio. Sin embargo, hoy se han dado cuenta de todo lo que se dejan detrás y eso les ha entristecido.
En la vida hay que tomar decisiones que en ocasiones nos parecen difíciles o tristes de tomar, o los otros toman decisiones que no alcanzamos a entender. En cualquier caso, se haga lo que se haga, se busca lo mejor para cada cual en ese preciso instante del tiempo, en el que no se sabe lo que traerá el futuro. No creo que nadie decida voluntariamente algo que le perjudicará en el futuro. Sin embargo, esta incertidumbre nos corroe interiormente en el momento crítico hasta el punto de bloquearnos e impedirnos decidir. Preguntarse a toro pasado lo que habría pasado en el caso de tomar otra decisión es un ejercicio superfluo del que no se puede obtener nada más que frustración, en todos los ámbitos de la vida.
En mi caso, esto me sucede muy a menudo, aunque, debo admitir, que no me ha sucedido nunca en las decisiones más importantes que he debido tomar en vida. Entonces, lo he visto todo enormemente claro y no me arrepiento de lo que decidí. Ahora mismo, lo veo todo bastante claro desde un punto de vista profesional, pero enormemente confuso sentimentalmente hablando. Espero que tanto yo como los otros elijamos sabiamente.
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