El pasado lunes sufrí en propias carnes lo que se siente cuando te roban algo (el móvil en mi caso) de una mochila o bolsa en tus propias narices, a plena luz del día y delante de todos. Sí, fui víctima de un carterista, profesión injustamente glorificada por el cine y la literatura en forma de pícaro o similar y que me parece más indigna que la de limpiador de letrinas o prostituta (por citar dos de las que acumulan peor fama). Lo primero que siente uno es impotencia por ser tan descuidado o por estar tan distraído o por mil cosas. Y luego un poco de vergüenza por haber sido elegido entre la multitud, por la pinta de "primo" o simplemente porque nuestros destinos tenían que cruzarse ese día y en ese momento.
Con todo esto, tuve que seguir el procedimiento habitual. A saber, denunciar en comisaría el robo (aunque tanto como la policía que me recogió declaración como yo sabíamos que las posibilidades de recuperar el teléfono son nulas), anular el aparato dando el código imei (gestión que inexplicablemente tarda tres días, cuando debería ser automática) y duplicar la tarjeta (con su correspondiente pago de cinco euros).
Con todo esto, soy de la opinión que los robos de móviles podrían erradicarse fácilmente (al igual que los de coches o la falsificación de tarjetas de crédito) a nada que pusieran algo de interés las empresas de telefonía, pues disponen de tecnología de sobra. Sin embargo, les interesa el gasto derivado de todo esto: i) cinco euros por duplicado de tarjeta, ii) el gasto que hicieron gastando el saldo que tenía en el teléfono en unas horas (cuando yo hubiera tardado días), iii) el nuevo teléfono que me tengo que comprar, iv) el nuevo saldo que tengo que cargar,... ¿Quién gana con seguir permitiendo el robo de teléfonos móviles?
Luego, tenemos el tema de los carteristas, que hacen de delinquir un estilo de vida, que tienen total impunidad en sus actos y que raramente pisan la cárcel. Se dedican a acumular delitos menores y detenciones, pero el castigo que reciben por el daño infligido es ínfimo. Porque para la sociedad el robo de mi teléfono móvil no supuso prácticamente nada, pero para mí ese robo ha sido un mundo. Se les detiene, entran en comisaría por una puerta y salen por la otra a los cinco minutos, y eso es todo.
Pero nada, seguimos con leyes laxas y siendo el hazmerreír y la vergüenza de Europa en este sentido. Me cuesta creer que el Estado no pueda poner en marcha ningún resorte en su maquinaria para acabar con esto. Si otros países lo han conseguido, bastaría con preguntarles la fórmula...
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