Blog de Antonio Sánchez, economista de Guadalajara. Aquí iré mostrando mis opiniones sobre una gran variedad de temas. Normalmente usaré el castellano, pero en ocasiones, según se dé el día o el tiempo que tenga, usaré otros idiomas (inglés, italiano, alemán o francés).
Friday, November 11, 2005
Petra de Ablanque
En estos días se cumplirá un año de la muerte de mi abuela Petra, la madre de mi madre, debido a ELA (Esclerosis Lateral Ameotrófica, ver www.adela.es para más información). No quería dejar pasar este aniversario sin hablar un poco de ella en mi blog, sin dejar de poner su nombre en Internet; ella, que tan alejada estuvo siempre de las tecnologías.
Mi abuela nació en Ablanque, un pequeño pueblo de Guadalajara. La Guerra Civil, que enseguida situó su frente en Ablanque, la impidió acudir a la escuela (de ahí su analfabetismo) y la obligó a abandonar su pueblo junto a su madre y sus siete hermanos. Recuerdo como siempre lloraba cuando veía a las familias bosnias abandonando su hogar en la Guerra de los Balcanes, porque esas imágenes la resultaban terriblemente familiares y desgarradoras. Su padre se enroló en las filas republicanas, no por motivos ideológicos sino porque allí le pagaban más. Esto me ha enseñado que el dinero pesa más que cualquier ideología. Su marido, mi abuelo, fue cogido prisionero (después de enterrar la pistola en algún lugar de Teruel; pistola que me gustaría tanto recuperar) y recluido en un campo de concentración, después de tener la suerte de estar haciendo la mili en 1936. Allí fue operado de una herida en el estómago, que le dejó sin vesícula biliar y marcó su vida para siempre, en forma de una terrible dependencia de los fármacos.
Como se puede ver, la situación de mi abuela al término de la Guerra Civil no era envidiable. A todo esto, hay que unir la presión a que estaba sometida como perdedora en un pueblo tan pequeño como Ablanque (a sus dos hijos mayores les negaron una beca para estudiar por “rojos”). Aún así, consiguió sacar adelante a mi familia, consiguió inculcar su tesón a sus hijos (el mayor de los cuales, Juan, tuvo que dejar la escuela para sustituir a su padre en la recogida de resina en el pinar) y jamás tuvo una palabra de rencor hacia el bando ganador de la contienda.
Cuando yo era pequeño y mis padres tenían que trabajar, ella se ocupaba de mí, con lo que la puedo considerar casi como una segunda madre. Se puede decir que desde los tres a los doce años siempre ha estado cerca de mí. Siempre se ha maravillado de mis ansias por aprender y nunca ha comprendido que este deseo de aprender, de superación, que esta ambición, me había sido inculcada por ella. Ella fue quien me enseñó a agachar la cabeza y seguir luchando por mejorar, sin importar nada más.
También ella me ha ayudado mucho en mi pequeña carrera profesional. Cada salto hacia delante en la misma, ha venido acompañado de una mirada hacia atrás, hacia ella, hacia los orígenes de mi familia (pues también mi abuelo paterno tiene orígenes humildes, pues era carpintero), para evitar que la vanidad ganase terreno en mi mente. En este sentido, cada peldaño que voy subiendo es un pequeño homenaje a su tesón en los años difíciles que la tocaron vivir.
Su durísima enfermedad, compartida con Stephen Hawking (dos personas tan diferentes unidas por tan terrible destino), nos afectó a todos. Su rápido deterioro físico no vino acompañado en ningún momento de un deterioro mental y ella era consciente de lo que la estaba sucediendo. Quizá por este motivo, trató de vivir sus últimos días con toda la intensidad posible.
Especialmente emotivos de estos últimos días son dos recuerdos. El primero, mientras veíamos un partido de baloncesto de las Olimpiadas de Atenas (Grecia contra Argentina, creo recordar), cómo recordó la cara de un jugador griego que la dije que se llamaba como yo (siempre tendré algo especial con Antonios Fotsis). El segundo, su cara de sorpresa cuando la hacía repetir frases en italiano (“la enseñaba italiano”) en los ejercicios que tenía que hacer para no perder soltura en la lengua. Ella, que nunca había ido más allá de los Pirineos, en sus últimos días de vida, estaba aprendiendo italiano.
Dijo Unamuno que la inmortalidad se puede conseguir si una persona consigue instalarse en la memoria, en los recuerdos de otra. Mi abuela Petra, en este sentido, es inmortal, y eso es más de lo que muchos pueden afirmar.
Espero que se sintiese orgullosa de su nieto mayor, porque yo me sentía muy orgulloso de ella.
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