Monday, June 13, 2011

Los buenos siempre acaban ganando

Este post debería estar dedicado a la visita del fin de semana a Malinas, pero la verdad es que ahora mismo no puedo tener otra cosa en la cabeza que no sea la victoria de Dallas Mavericks en la final de la NBA ante Miami Heat. Vaya por delante que en esta ocasión la final de la NBA ha acaparado toda mi atención, frente a una final ACB realmente insulsa y sin emoción.

Desde mis primeros años de seguimiento de la NBA, Dallas ha sido uno de mis equipos favoritos (de verdad, que no me estoy apuntando a caballo ganador). Aún recuerdo a alguno de sus jugadores de entonces: Rolando Blackmam, Derek Harper, Mark Aguirre (que luego se fue traspasado a mis queridos Bad Boys de Detroit), Detlef Schrempf,... El equipo era propiedad de Ross Perot, un excéntrico millontario tejano que incluso se presentó a las elecciones presidenciales americanas de 1988. Dallas es, de hecho, uno de los equipos que me cojo cuando juego al NBA con mis primos o con Alberto en la consola. Así que solo por esto puedo sentirme contento.

Además, me alegro muchísimo, desde la distancia, por Dirk Nowitzki, uno de los mejores jugadores europeos de la historia (que además es de Wurzburgo, a apenas una hora en tren de Fráncfort y una ciudad realmente preciosa). Nowitzki ha estado trece años promediando 20 puntos y 10 rebotes en la NBA, y llevando a una modestísima selección alemana a la lucha por las medallas en Europeos, Mundiales y Juegos Olímpicos. Esto tiene un mérito enorme. Sin embargo, de algún modo, siempre quedaba eclipsado por otros jugadores europeos que acababan ganando el título (como Pau Gasol), algo que a él se le resistía. Este título sirve también para reivindicarle como lo que es: uno de los pocos jugadores europeos, contados con los dedos de una mano y hasta sobran, que puede mirar a la cara a Sabonis, y no me estoy refiriendo a la altura.

Esta final de la NBA ha sido especial porque se han enfrentado dos concepciones diametralmente opuestas del baloncesto: el juego colectivo de Dallas, donde todos aportan y todos corren, y el juego de divas de Miami, con su Big Three. Este verano, Dwane Wade, Lebron James y Chris Bosh decidieron que la manera más corta de conseguir un anillo de campeón de la NBA era jugando juntos en Miami, montando un espectáculo circense alrededor y obviando que el baloncesto es un juego de equipo. La victoria de Dallas tiene, además, algo de justicia moral, porque no quiero ni imaginarme el tipo de precedente que hubiera supuesto una victoria de Miami. Su comportamiento chulesco-simiesco durante toda la temporada no ha hecho sino confirmar que Dios nunca concede dos dones a una misma persona. Para la posteridad quedará la burla de Lebron James y Dwane Wade hacia la fiebre de Dirk Nowitzki, totalmente fuera de contexto en una serie donde su equipo estaba perdiendo y donde Lebron James estaba haciendo el ridículo.

Pues, bueno, lo dicho, que la victoria de Dallas ha venido muy bien al baloncesto por el sentido colectivo de equipo que aplica Dallas (de los pocos en la hiper-individualista NBA), por el grandísimo talento de Nowitzki, por el gran base que es Jason Kidd, por el leonés (aunque muy de lejos) Barea, por los triples que ha metido Stojakovic todos estos años, por Deshawn Stevenson, quien fue parte del traspaso de Gasol y ha acabado ganando un anillo,... A todos, ¡¡¡enhorabuena!!!

No comments: