Monday, October 16, 2006

Mi primera visita a Santiago

Mi primera visita a Santiago de Compostela no ha tenido nada que ver con ninguna perigranación. Hemos ido de despedida de soltero y la verdad es que el viaje ha estado lleno de incidentes. Empezó todo en el kart del Carlos Sainz, donde hicimos un poco el indio en los karts, nos disparamos hasta quedarnos bien a gusto en el paintball, y luego vimos a la plantilla del Real Madrid de baloncesto y nos hicimos unas fotos con ellos.

A continuación, y atravesando la zona de guerra en que se ha convertido la M30, fuimos a cenar a la zona de Plaza de Castilla (para lo que tuvimos que atravesar una calle con gente en las esquinas y entre los coches, y donde el novio se metió en la pala de una excavadora por voluntad propia, nadie le obligó) y luego a un bar de copas de Diego de León. De ahí, después de mantear un poco al novio, partimos a coger nuestras bolsas y al aeropuerto, a coger un vuelo a las 5.55 de la mañana a Santiago.

Algunos se pusieron a practicar el salto de altura con las cintas que se ponen en los mostradores de facturación del aeropuerto. También robamos un cartel del McDonald's y hubo quien reventó una proposición de matrimonio. Otro con la prisa, cogió una bolsa de ropa sucia en lugar de su maleta. Dentro del avión, ocupábamos 13 de 26 plazas y éramos mayoría. Casi todos se durmieron, y los que no nos dedicamos a ponerles cosas encima y a molestarles en la medida de lo posible.

Al aterrizar en Santiago, cogemos un taxi, esperamos hasta las diez de la mañana a que nos den la habitación y a dormir hasta las seis de la tarde (comparto habitación con una máquina de tren con apariencia humana, ¡qué ronquidos!). Nos levantamos y nos ponemos en camino hacia el centro. Después de una hora larga, llegamos, ponemos al novio a pedir en la plaza del Obradoiro y nosotros nos vamos a tomar algo a un bar. Recogimos al novio y a sus tres euros, y nos vamos a cenar una mariscada (yo no, pertenecía al grupo de no-marisco pero sí-jamón). La cena se cerró con cánticos futboleros de dudoso gusto y algunos escaqueos a la hora de pagar (en fin, lo típico).

Mientras buscábamos un bar por Santiago, a uno se le ocurrió subir un escalón. Resultado: luxación de rodilla, a llamar a la ambulancia, a enterarse de la calle en que estábamos y al hospital con él. El resto nos quedamos con el novio y nos fuimos dispersando durante la noche. Constaté lo difícil que es encontrar un taxi en Santiago a según que horas de la madrugada y lo difícil que es orientarse cuando no se conoce nada de nada de nada de la ciudad. Al final, el último acabó a las diez de la mañana, mientras nosotros desayunábamos.

A partir de ahí, todo se resume en ocho horas de tren, donde me dio tiempo a leer El País, el Marca, el Muy Interesante de mi vecina de asiento (nuestra conversación no pasó de ahí, snif, snif) y la revista de Renfe, y a ver El jardinero fiel (película que consiguió levantarme en armas por la situación de África), amén de visitar varias veces el vagón cafetería.

Este fin de semana es la boda en Ávila. Veremos lo que sale de todo esto...

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