De un tiempo a esta parte la idea de que casi todo en el mundo del fútbol está podrido ha ido asentándose con fuerza en mi cabeza. De hecho, ahora mismo apenas sigo el día a día del fútbol y me he dedicado más al baloncesto, deporte en el que aún pueden encontrarse ideales como el juego en equipo o la deportividad en la derrota.
Este fin de semana he conocido, por parte de una persona directamente vinculada con el mundo del fútbol de primera división hace 25 años, los sucios engranajes que mueven el deporte rey. Deporte en el que los sobornos son habituales, tanto a árbitros como a rivales (entre ellos, a un defensa serbio del Zaragoza o a un irundarra muy famoso), y donde una amistad en el lugar apropiado (vinculada con el sector hostelero) puede ser más valiosa que un delantero. Recordaré lo que contó sobre un gol desde el medio campo anulado por fuera de juego posicional, pero es que ese gol no cuadraba a quien tenía que cuadrar. Además, la fauna de presidentes allí imperante y el nulo control a su gestión no dejan de asombrarme, puesto que parece que el hecho de falsear la cifra de un traspaso era percibido por algo normal por algunos de los allí implicados.
La Federación Española de Fútbol (o “furgo” en palabras de su actual presidente, no muy bien parado en mi conversación de este fin de semana), que en un principio tendría que velar por el buen orden deportivo, estaba a la cabeza en cuanto a la corrupción, dejando que la podredumbre invadiera todo. Uno de los hechos que más me llamó la atención fue que un club pagó a la Federación para que convocase a un jugador suyo a un Mundial y así poder obtener un traspaso mayor.
Con semejantes ingredientes, no es de extrañar el asqueroso aspecto que el fútbol español presenta a día de hoy. Únicamente me pregunto si estos 25 años habrán servido para limpiarlo algo o si, por el contrario, la situación habrá ido a peor. Yo, casi, que me paso al baloncesto.
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