Hace unos días, vi en Cuatro un programa especial de los 40 Principales. No es que sienta especial debilidad por esta cadena musical, donde considero que priman otros intereses más tangibles que los meramente musicales, pero no había muchas otras opciones disponibles. En este sentido, debo decir que me encantó la muestra de vídeos de los años 80 y 90 que emitieron durante una hora.
De Rosendo a "Video killed the radio star", vi un mosaico de canciones de todos los estilos, con un denominador común: el talento. Los vídeos musicales, muchos de ellos con más de 25 años de existencia, eran prodigios de imaginación y talento. En este sentido, recomendaría a muchos directores, de vídeos y de cine incluso, que vieran el clip The Wall de Pink Floyd. Solo para ver cómo se hacen las cosas.
Irremediablemente, tuve que comparar esta orgía de creatividad con la situación actual, donde con la excusa de la piratería e Internet, la industria musical está viviendo una época de vacas flacas. En mi opinión, hoy en día la música se ha convertido en una industria, donde las fábricas (llamadas productoras) producen en serie grupos y cantantes de diseño, que cumplen con las necesidades del mercado y que serán posteriormente debidamente publicitados. Nadie consigue sobrevivir al segundo disco y desaparece sin que nadie le eche de menos. Así, con esta falta de talento, gravando a los consumidores con injustos cánones digitales y con esta especie de música embotellada, no se puede ir a ninguna parte, si talento es lo que buscamos.
Algo parecido ha sucedido en los últimos años en la NBA; donde niñatos de instituto han sido encumbrados por las firmas deportivas que los visten a la categoría de estrellas, cuando les queda mucho en cuanto a su formación como personas y como deportistas. El baloncesto queda en un segundo plano ante la necesidad de crear ídolos, que generen negocio para los patrocinadores de la competición.
Que no se sienta sola ni abandonada la industria musical, que no está sola en este proceso.
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