En estos días se cumple un año del devastador incendio que asoló la comarca del Ducado de Medinaceli, llevándose consigo 13.000 Ha y once vidas. Ha pasado un año y ya es momento de evaluar las promesas políticas que se realizaron en caliente, quién sabe si para aplacar unos ánimos muy exaltados esos días.
Prometieron inversiones en infraestructuras y una rápida recuperación de los pinares. Estas inversiones se han ido liando en la maraña burocrática de Toledo hasta quedar prácticamente en el olvido. Lo único que parece seguir adelante es un parador de turismo en Molina de Aragón, ya proyectado de antemano, y algún que otro proyecto en el Parque Natural del Alto Tajo, no afectado por el incendio. Este desarrollo de los acontecimientos no me pilla por sorpresa por cuanto ya voy teniendo una edad y evaluando la clase de políticos que gobiernan nuestros destinos, capaces de todo con tal de no soltar su poltrona. Pero aún así, me gustaría hacerles llegar mi más sincero reproche.
El trato a las víctimas y su familia ha rozado por momentos la humillación. Puedo enumerar varios ejemplos, como el “olvido” a las mismas en el discurso de Navidad del señor Barreda, el espectáculo folklórico que pretendía montar en la entrega de medallas este mismo señor (a título póstumo, no lo olvidemos), la inútil Comisión de Investigación por cuanto nunca buscó la verdad (que enorgullecería al cacique más desvergonzado del siglo pasado) o las visitas furtivas a la zona afectada (y digo furtivas porque parece que no quieren tener contacto con sus votantes). Por todo esto, me gustaría hacer llegar a la clase política mi más sincera náusea; me dan asco, del mismo modo que los excrementos o las aguas fecales me dan asco.
El colmo se alcanzó en el funeral organizado el lunes. Pretendía ser un funeral, donde cada cual llorase a sus muertos, dejando de lado matices políticos. Pues hete aquí que se presenta la plana mayor de la Junta de Comunidades (con el señor Lamata a la cabeza, puesto que para el señor Barreda Guadalajara se ha convertido en territorio hostil) y del Ayuntamiento (con su gran alcalde, el señor Alique), a no se sabe muy bien qué. También, a la caza del voto, se presentaron el señor Rajoy y la señora que ha puesto para Castilla-La Mancha. Todo esto en un funeral, donde se pretende honrar a once personas ya fallecidas. ¿Qué catadura moral merece esto? ¿Acaso la búsqueda del voto justifica todo, hasta atropellos como estos?
Ya puestos a criticar, tampoco dejo libre al señor obispo de Sigüenza José Sánchez, por permitir que semejante gentuza (los políticos, por si alguien no los tiene aún identificados) accediesen al templo y se sentasen en las primeras filas, ni a los periodistas. ¡Qué lejos quedan aquellos días en los que los periodistas buscaban la verdad! Hoy son, más que periodistas, instrumentos propagandísticos finales. No sé hasta que punto compensa alimentar a una familia mintiendo a la sociedad, pero eso va con la conciencia de cada cual, temo.
Pero, ¿es que nadie se puede poner ni tan siquiera un segundo en la piel de los familiares y allegados de las víctimas? ¿Se pueden imaginar lo que su mezquina y nauseabunda actitud les ha hecho sufrir en una fecha tan señalada? ¿Son estos mismos señores quienes pretenden darnos luego lecciones de democracia? ¿Desde qué autoridad moral? ¿Desde la que les da la lujuria de la poltrona?
Me hubiese gustado que este funeral hubiera sido un sincero y merecido homenaje a las víctimas, que es lo que todo funeral ansía a hacer, más que el esperpento que finalmente fue. Por último, decir que sinceramente deseo que ninguna de estas personas (señor Barreda a la cabeza) vuelva a pisar Guadalajara en lo que les queda de vida, porque cada vez que lo hacen el hedor causado por su podredumbre moral se deja sentir en kilómetros a la redonda.
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